viernes, 8 de octubre de 2010

DIGNIDAD DEL ENFERMO.

Es necesaria la conciencia de que toda la existencia particular es valiosa y digna, sin importar las condiciones

La delicadeza y fragilidad de la condición del hombre implica, como experiencia acompañante, la realidad del enfermo. Como enfermos, a veces extremos, nos observamos o somos observados en una pobre condición de dependencia, que en pocas oportunidades es vivida comprendida en su…

significación más profunda, más cuando, en condiciones últimas, es vivida por pocos y los que viven esta experiencia la viven como incomunicable, como absolutamente personal. ¡Qué difícil es expresar lo que se siente en condiciones extremas, cuando el dolor, el sufrimiento y la soledad no se pueden decir, por mucho que se intente! ¡Qué poco sabe el médico del dolor del paciente!

Y esta situación adquiere particular relevancia en un mundo como el nuestro, en el que todo se mide desde la perspectiva de la utilidad. La sociedad de producción, que nos rige, fomenta con facilidad el activismo del hacer y, como fenómeno concomitante, se tiende a despreciar o sólo a tener piedad del anciano o del enfermo, por su escasa utilidad social.

Es necesaria la conciencia de que toda la existencia particular es valiosa y digna, sin importar las condiciones. Ni la edad, ni las situaciones extremas, ni la enfermedad… nada… hace perder su carácter de valioso, de incondicional, al existir de cada hombre.

El enfermo es signo de la precariedad de nuestro existir, de nuestro tiempo limitado, pero, incluso, sin ese valor de testimonio, conserva la dignidad de lo humano. El valor de una persona y su dignidad no se pueden confundir con su utilidad. Por eso, permanece intacta aún en la extrema enfermedad y, por ello, es exigible un respeto incondicional hacia aquel que la vive.

Viktor Frankl, médico y escritor de gran influencia en el pensamiento contemporáneo, a partir de cuyo pensamiento escribo esta reflexión, dice en su obra El hombre en busca de sentido: «Un individuo psicótico incurable puede perder la utilidad de ser humano y sin embargo conservar su dignidad… Tal es mi credo psiquiátrico. Yo pienso que sin él, no vale la pena ser un psiquiatra».

El enfermo, como sujeto que sufre, es superior a su enfermedad e incluso al mismo médico, en cuanto es capaz de descubrir, en libertad, un sentido en el acontecer, a veces fatal, de la misma. El hombre tiene derecho a sufrir su dolor, asumiendo su sufrimiento y tomando postura frente a él. La angustia o desesperación que, a veces, acompañan nuestras enfermedades, no es por ellas, sino por la incapacidad que tenemos de encontrarles un sentido.

«En el minuto doloroso en el que de golpe tomaré conciencia que estoy enfermo o que me vuelvo viejo; en este momento último, sobre todo en el que sentiré que escapo a mí mismo, absolutamente pasivo en las manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado; en todas estas horas sombrías, dame Dios mío, comprender que eres Tú el que escarbas dolorosamente en las fibras de mi ser para penetrar hasta la médula de mi sustancia para llevarme a Ti» (Pierre Teilhard de Chardin, El Medio Divino pág. 95)

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